EL LIBRO DE LA IMAGINACION

Capítulo 2

"El libro en nuestras culturas no es considerado un juguete que se pueda regalar a un niño-niña, no causa ninguna gracia regalar libros en navidad. Los libros fueron comprados por nuestros padres cuando ingresamos a la escuela. ¿A quién le va a gustar leer en la escuela si los profesores son los niños que menos leen?. Lo mismo pasa en la universidad. Los profesores de la universidad son los estudiantes que menos leen y nunca escriben, porque su imaginación está encarcelada por un sistema represivo."

Imaginando escribir sobre un mismo

Escribir se responde a menudo al deseo —y a la creencia— de alcanzar un cierto grado de autoconocimiento, pero siempre en una orientación performativa, pues se trata de un acto de habla que se modula en las partituras de la confesión, la defensa, el testimonio, la promesa, la queja, la excusa... Es decir, hay una puesta en escena del sujeto que nunca olvida que su representación tiene consecuencias para él mismo —el texto dibuja un rostro y una voz que, al quedar impresos, se independizan de él y pasan a ser del dominio público—, para sus relaciones con otros, cercanos o lejanos, y para los lectores, cuya respuesta —afectiva, intelectual, moral— es constantemente requerida.

Este ejercicio de escribir no es solo personal, sino, el eco de un trabajo colectivo que se lleva en la reflexión con otros, en espacios de convivencia donde los seres humanos interactuamos, largas horas de foro, de conversatorios, de mirada compartida, de afectos, pero desde las fibras de la interioridad las ganas de sentir necesidad de mundo, de erguirse y ayudar a otros a erguirse como dice Zemelman, esperando lo inesperado, con capacidad de admiración, interrogación, preocupación, para liarse, reunirse con otros para construir mundos posibles desde la educación.

Escribir es un acto provocativo. Es un acto profundo, ligado a muchos factores. Entre esos factores está también la actitud de transgresión, de rebelarse frente a las injusticias. Es una rebeldía, pero en el sentido de apostar contra el olvido.

Así, arriesgarse a escribir el protocolo de la propia vida como experiencia es la aventura más apasionante y desafiante. Escribir la propia vida es una práctica institucional y personal que las culturas y las personas han legitimado y controlado mediante diversos y cambiantes protocolos. Se trata de autoleerse desde dentro, evidenciar de alguna manera el misterio de un encuentro muy profundo, donde el espíritu se ha vuelto acontecimiento creador al enfrentar visiones de mundo, teorías, viajes, imaginarios, representaciones; percepción de subjetividades que poco a poco fueron abriendo nuevos horizontes de comprensión, interpretación y argumentación; todos ellos, paradigmas diferentes y complementarios que permitieron entretejer la trama de un tejido con diversidad de colores, matices, contexturas, formas, ritmos; todos amando el pensar, haciendo posible engendrar epistemes, acto sublime que desde el amor acontece como profundo sentido de trascendencia y de textos de miradas.



Un riesgo de la autobiografía como escritura, es que el yo narrado tiende a convertir a la persona en personaje y a la vida en un curso de vida. Si lo primero tiende a ficcionalizar, lo segundo narrativiza. La autobiografía se textualiza, se vuelve un relato cerrado, en que se exhorta a estudiar ciencias, pero no se repara en los silencios, en las dudas, en aquello que puede o no ser. A veces se habla más de la profesión y no tanto de los retos, ambigüedades, contradicciones, etc. A veces uno habla más de lo que hace y no tanto de cómo lo que hace influye en lo que uno imagina que es o se representa.